Patricio Valdés Marín
Mi edad me está
obligando a poner punto final al elaborar mis reflexiones filosóficas que
pretenden buscar la verdad y este sucinto artículo intenta ser su resumen. Éste
se basa en mis escritos, de forma electrónica, que comencé modestamente a
escribir hace un cuarto de siglo atrás y tras múltiples adiciones, correcciones,
reordenamientos y ediciones, han alcanzado una decena de libros. Por ser su
propósito la reflexión, inestable e inconcluyente a causa del misterio de la
realidad, nunca pensé en publicarlos; sospecho que en nuestra época tampoco
exista interés por ellos.
Dios nos es tan inasible, incomprensible e indefinible que
muchos lo niegan y se declaran ateos. Otros conceden que Él es la causa del
universo, pero como está más allá de nuestra experiencia, se declaran
agnósticos. Ciertamente, nuestra razón tiene límites, siendo una infamia quemar
vivos a quienes no reconocen a Dios. Sólo podemos hablar de Él en términos que
imaginamos sin fronteras, como “infinito” para expresar “sin fin”, “eterno”
para significar “sin tiempo” y “todopoderoso” para indicar un poder ilimitado.
Avanzamos algo más si lo postulamos como creador de un universo que se rige
según leyes universales, por las cuales todo es causal, y así hablamos de
deísmo. Como muchas personas religiosas aseveran, también la experiencia
religiosa puede hablar de Él como un padre bondadoso que se relaciona con cada
ser humano, respetando su libertad personal, en que nada es casual y así
hablamos de teísmo, siendo ilegítimo socializar como religión la experiencia
religiosa de la fe personal por constituir una violación a la libertad de otra
persona; también aunque Él nos es invisible, la convicción personal puede
sostener que Dios estaría presente y sería poderoso en todo, por lo que podemos
encontrarle sentido a todo; asimismo Dios podría considerarse, no sólo como
causa del universo, sino como el centro de nuestra existencia y finalidad.
Naturalmente, esta aparente doble y contradictoria causalidad nos resulta un
enigma y la predestinación agustiniana-calvinista resulta ser una mala
solución.
El universo estaría estrechamente ligado a Dios. Por su
naturaleza el universo no pudo ser causa de su propia existencia y menos de su
diseño evolutivo. Debió existir distinto de aquél un infinito poder, designio,
propósito y voluntad en alguien a quien llamamos Dios, quien lo originó con
energía infinita y le implantó un guión para evolucionar y estructurarse según
una intención por Él definida, que no podemos naturalmente conocer. Anterior al
universo y distinta de Dios, pero dependiente de Él como su emanación, debió existir
una energía primigenia. Esta idea contradice tanto la teoría de san Agustín de
la creación ab nihilo (de la nada) como la del panteísmo de, p. ej.,
Baruch Spinoza. Si adherimos a la teoría cosmológica moderna que afirma, tras
Edwin Hubble, que el universo tuvo su inicio en el Big Bang, deberíamos
concluir, no que éste emergiera espontánea y arbitrariamente, incausado, sino
que fue creado por el agente divino.
Para reflexionar primeramente sobre el universo, debemos partir
especulando sobre la energía. Ella es primigenia porque es naturalmente
anterior al universo. Ella es, como veremos, el fundamento de aquél.
Esencialmente, la energía es la realización del poder de Dios. Ella es el
principio activo de todo. Observemos que ella no debe ser pensada como un
fluido, ya que no posee ni tiempo ni espacio y, siendo ella anterior a estos
parámetros, no tiene ni volumen ni peso. Ella no es amorfa, sino que contiene
los códigos por los cuales se puede convertir en las partículas fundamentales e
intervenir en la complejificación de la materia a partir de dichas partículas.
El primer principio de la termodinámica expone un muy relevante principio: “la
energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”. En el universo ella (la
energía cinética) está presente cuando un cuerpo o partícula inicia, cambia o
detiene su movimiento. Ella realiza trabajo cuando es mayor que el nivel de
energía del medio, que es de la entropía o el equilibrio. Su efectividad está
relacionada con su intensidad y la funcionalidad del receptor. Para satisfacer
las exigencias del universo ella era y sigue siendo infinita en relación a su
expansión y su evolución. Ella no puede existir por sí misma y debe
consecuentemente estar contenida o en dependencia de algo; en el universo ese
algo es la materia y su transformación. Veremos más adelante que por la
intención reflexionada una persona la estructura psíquicamente en la mismidad
de su conciencia profunda, generando su alma desmaterializada que subsiste a su
muerte corpórea.
El “Big Bang” se puede definir como el instante, en el mismo
origen del universo, hace unos 13 mil setecientos millones de años atrás, de la
transformación de la energía primigenia en energía cuántica. La causa de esta
transformación sería Dios mismo. Entonces el universo comenzó a expandirse a la
velocidad de la luz desde un punto infinitesimal que contenía la infinita
energía primigenia del universo y la energía se granuló en dicho instante. Max
Planck mostró, en 1900, cuando relacionó la energía del fotón con la frecuencia
y la constante que lleva su nombre y que es muy pequeña, que el universo no es
continuo, aunque así pudiera aparecer, sino está cuantificado o granulado.
Los fotones son paquetes muy pequeños de energía. Aunque no masivos,
ellos son las partículas fundamentales de la materia. Se comportan como ondas y
como corpúsculos al mismo tiempo, como si fueran tanto energía como materia, ya
que están a medio camino de ambas. Su vibración se relaciona con el tiempo; su
longitud se relaciona con el espacio. Así, la interacción entre los
fotones, que se realiza en un campo de energía, resulta en la formación del
tiempo y el espacio, siendo la velocidad de esta interacción la de la luz.
Podríamos concluir que la cuantificación de la energía primigenia resultaría
ser un acto de creación divina que es necesario para explicar la aparición del
tiempo y el espacio y la expansión del universo; esta expansión resulta ser
constante y propagarse a la velocidad de la luz, como veremos más adelante.
El tiempo y el espacio del universo están relacionados con el
proceso. En primer término, la idea de proceso proviene de la ciencia al
observar que en la naturaleza, más que simplemente cambios inconexos, existen
conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se transforman de modo determinista
según las leyes naturales que los rigen. Segundo, el tiempo procede de la
duración que tiene un proceso y el espacio procede de su extensión. Tercero, la
infinidad de interacciones originadas en el Big Bang constituyen el
espacio-tiempo del universo.
La cuantificación de la energía en la escala del fotón, que es
la escala fundamental y la menor de todas, contenía un libreto que fue y es la
transformación de esta energía cuantificada en energía condensada y la
organización ulterior de esta segunda energía en dos formas básicas, que son la
masa y la carga eléctrica, de las cuales el universo se ha ido estructurando en
su totalidad. Primero, aunque Albert Einstein demostrara en 1905 la
convertibilidad entre la energía y la masa en su famosa y experimentada
ecuación E = m·c², mediante el CERNC la ciencia aún no logra relacionar el
fotón, que es un bosón sin masa, con el bosón de Higgs, la partícula
fundamental de la masa. Hasta ahora este segundo bosón aparece en el origen de
la masa, ya que se postula que, como unidad discreta, ésta vibra en un campo
propio para estructurar una pequeña cantidad de masa. La masa es responsable de
la inercia y la gravedad. En segundo lugar, se encuentra la carga eléctrica en
dos estados contrarios ̶ positivo y negativo ̶ y ella está
cuantificada con valor entero. La carga de un signo surge del sustrato de
energía simultáneamente que la carga de signo contrario y no necesariamente en
el mismo lugar, como la experimentación lo muestra, causando asombro. Tampoco se
conoce, si es que el Modelo Estándar de la física de partículas postulara, el
origen fotónico de esta carga. La conversión en carga eléctrica requirió
también mucha energía. La fuerza para vencer la resistencia entre dos cargas
eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula que solamente 100.000 cargas
(electrones) unipolares reunidas en un punto, experimento imposible debido a la
su recíproca fuerza de repulsión, ejercerían la misma fuerza que la fuerza de
gravedad de toda la masa existente de la Tierra. Infinitos puntos o centros
funcionales, atemporales y adimensionales de energía cuantificada originan el
espacio-tiempo del universo al interactuar entre sí y relacionarse causalmente
mediante también energía cuantificada, constituyendo la base de la estructuración
del universo. La expansión del universo disminuye su densidad y su temperatura,
lo que en el comienzo permitió la estructuración de las distintas partículas
subatómicas y los átomos más simples. Algunos científicos calculan que demoró
300 millones de años para que el universo se pudiera clarificar y los nuevos
cuerpos celestes lograran formarse y distinguirse.
Algunos científicos creen observar un completo indeterminismo en
el origen del universo, pudiendo éste haber evolucionado indistintamente y al azar
en cualquier sentido. No consideran que el universo haya seguido la dirección
impresa desde su origen según las propiedades de la energía primordial y la
relativa estabilidad de la energía condensada o materia que se va estructurando
a escalas superiores. Esta energía se convirtió en el universo y se fue
desarrollando y evolucionando, auto-regulada deístamente por lo posible en cada
posible escala estructural. La energía primordial comprendía los códigos de la
estructuración de las partículas sub atómicas. Estas partículas poseen máxima
funcionalidad y adquirieron entonces energía infinita, lo que las llevó a
transitar a la máxima velocidad posible (la de la luz) desde el Big Bang.
Adicionalmente, según la segunda ley de la termodinámica la entropía o transformación
no es una medida de desorden, sino de estructuración como resultado de la
aplicación de trabajo y esto explica la ascendente y complejizada evolución
observada en el universo que ha logrado llegar a la estructuración de la
energía psíquica, como veremos más adelante.
En el universo cada observador o ser existe en su tiempo
presente; para él todo lo demás está entre su próximo y lejano pasado; él es el
más viejo del universo; él está en el mismo centro del universo; él está a la
máxima distancia del Big Bang. Al observar hacia la máxima distancia posible
(el tiempo que tiene el universo multiplicado por la velocidad de la luz) el
observador ve el manto que envuelve a todo el universo. El manto es
precisamente el punto infinitesimal del Big Bang. Esta aparente paradoja
cosmológica de identificar este punto con nada menos que la periferia de una
esfera de radio de ‘máxima distancia’ y que tiene por centro al observador se
resuelve mediante un corolario a la contracción de FitzGerald que sirvió a Einstein para formular
su teoría especial de la relatividad. Dicha contracción dice, “a la velocidad
de la luz la longitud de un objeto, en el eje común de éste y el observador,
aparece que se acorta a cero”. Nuestro corolario diría, “desde el punto de vista
del observador, no es sólo la longitud de un objeto la que aparece que se
acorta, sino que su plano transverso a este eje aparece recíprocamente que se
agranda. El infinitesimal punto del Big Bang es el único objeto que se aleja
necesariamente del observador a la velocidad de la luz. No puede ser menor, ya
que sus efectos estarían directa y continuamente perturbándonos; tampoco puede
ser mayor, puesto que no habríamos sido afectados de modo alguno, e.d., no
existiríamos; en cambio para el observador (para cualquier observador) todo el
universo le es visible. Precisamente este punto aparece al observador como la
periferia del universo donde él ocupa su centro. Algunos suponen erróneamente
que si el Big Bang impulsó radialmente la materia en todas direcciones, habría
galaxias que no podríamos ver por estar en las antípodas. No toman en cuenta
que dichas galaxias no podrían estar alejándose de nosotros a mayor velocidad
que la luz y que lo que se nos aleja a dicha velocidad es el Big Bang. En esta
relación espacio-temporal nosotros observamos dichas galaxias con menor edad
que la que en realidad tienen, pues son nuestras contemporáneas, solamente que
su luz ha demorado en llegarnos.
La fuerza gravitacional es el producto de la masa que se aleja
con energía infinita de su origen en el Big Bang a la velocidad de a luz y que
forzadamente se va separando angularmente del resto de la masa del universo,
por lo cual el universo es en realidad una enorme máquina que, por causa de su
expansión radial (no como un queque en el horno como suponen algunos
cosmólogos), genera la fuerza de gravedad, teniendo como contrapartida su
pérdida asintótica de densidad. Y esta fuerza, más el electromagnetismo y las
otras dos que ellas causan dentro de la estructura atómica, producen la incesante
estructuración y decaimiento de las cosas. Debo hacer notar que nuestra idea de
gravedad difiere radicalmente de la idea en boga basada en la teoría general de
la relatividad que identifica forzadamente inercia con gravedad y busca unas
inexistentes “materia oscura” y “energía oscura” para que cuadren con su
formulación matemática.
El universo conforma una unidad en la energía que no admite
dualismos espíritu-materia como los postulados por Platón, Aristóteles o
Descartes. En toda su diversidad el universo está hecho de energía y nada de lo
que allí pueda interactuar puede no estar hecho de energía. Tales de Mileto,
considerado el primer filósofo de la historia, postuló el “agua” y sus tres
estados como clave para incluir la diversidad del universo en la unidad;
después de él otros sugirieron diversos entes como fundamento unitario de la
cosas; tiempo después Parménides inventó el concepto de “ser” para darle unidad
a la realidad, hechizando a toda la filosofía posterior. Aunque abarca más que
el universo e incluye el “más allá”, podemos proponer por el contrario la idea
de “energía” para este mismo propósito metafísico. Similarmente, para
referirnos universalmente a los seres materiales de modo más preciso que el ser
metafísico, que concuerde con todos los principios científicos y explique
específicamente la diversidad y la causalidad del universo, proponemos el
concepto complementario de la estructura y la fuerza, que explicaremos a
continuación.
La diversidad y la evolución existente se rigen por nuestro
principio complementario de la estructura y la fuerza: “todo ser en el
universo, incluyendo el mismo universo, ̶ desde la partícula fundamental
hasta el ser humano ̶ se caracteriza por lo que hace, por sus componentes
y por su pertenencia a algo, es decir, es funcional porque se manifiesta y
constituye una estructura de una escala particular, está compuesto por unidades
discretas que son estructuras de una escala inmediatamente inferior y es a su
vez una unidad discreta de una estructura de una escala inmediatamente
superior”. Como si tuviera un propósito determinado, la energía cuántica no
termina en desorden; antes es utilizada para generar y estructurar la materia
en una evolución sin término y cada vez más compleja. La ciencia devela que en
el curso de su existencia el universo ha ido evolucionando y se ha ido
desarrollando hacia una complejidad cada vez mayor de la materia y se ha venido
estructurando en escalas incluyentes cada vez más multifuncionales. Desde
partículas fundamentales, estructuras subatómicas, atómicas, moleculares y
biológicas, hasta las psicológicas, sociales, económicas y políticas, la
estructuración en escalas mayores y más complejas no ha cesado.
En el inicio la evolución de la materia comenzó desde la
formación de las mismas partículas fundamentales hasta la estructuración de
quarks y hadrones. La evolución prosiguió, en la escala atómica, por la
agregación de hadrones al núcleo atómico y la conformación de los elementos de
la tabla periódica a través de, a veces, muy poderosas fuerzas. En una escala
superior, los enlaces químicos de estos elementos produjeron bases, ácidos y
sales hasta obtener aminoácidos y llegar a su máxima estructuración actual, que
son los polipéptidos, el ADN, las proteínas, los orgánulos y, en una escala
superior, la célula y la vida.
En la escala de la evolución biológica Charles Darwin mostró que el mecanismo evolutivo, que permite a una especie adaptarse mejor a un medio cambiante y que denominó “selección natural”, es la capacidad de un individuo de mostrar mayor aptitud para sobrevivir y reproducirse que obtiene a través de alguna mutación genética más ventajosa. Luego éste traspasa su aptitud a su descendencia. En un medio extremadamente competitivo cualquier ventaja tiene consecuencias importantes en la especie. La evolución biológica es un mecanismo de estructuración de la materia viva que es acumulativo, traspasando los cambios de una generación a las generaciones futuras.Pero también es un mecanismo sumamente conservador y direccional, lo que impide que la materia se pueda estructurar en cualquier forma imaginable. Consiste en pequeñas mutaciones genéticas en los individuos que se generan al azar y en forma aleatoria y que prevalecen en la especie por ser neutros o se propagan en ella por ser genéticamente favorables. Una mutación favorable puede generar profundos cambios en el fondo genético de la especie. Los que son inviables y/o desfavorables desaparecen. Un carácter neutro puede tornarse favorable si el medio cambia o se produce una mutación complementaria. En el curso de generaciones, las mutaciones favorables se van acumulando y la especie se va transformando y hasta se torna en una especie diferente. La selección natural opera como un sistema de control de calidad. Los caracteres o aptitudes que resultan ser los más favorables frente a los embates del medio y la conquista y explotación de un nicho ecológico tienden a prevalecer, de modo que una especie se prolonga a través de los individuos más aptos. La muerte de todo organismo biológico es consecuencia de la evolución: la selección natural busca individuos prolíficos y un individuo incapaz de procrear por ser viejo resulta ser un competidor para los otros individuos de la especie; además la selección natural sucede cuando el individuo es prolífico y lamentablemente no cubre la vejez para hacerla más ventajosa. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad de la evolución biológica es el ser humano, el homo sapiens del orden mamífero de los primates.
En la escala de la evolución biológica Charles Darwin mostró que el mecanismo evolutivo, que permite a una especie adaptarse mejor a un medio cambiante y que denominó “selección natural”, es la capacidad de un individuo de mostrar mayor aptitud para sobrevivir y reproducirse que obtiene a través de alguna mutación genética más ventajosa. Luego éste traspasa su aptitud a su descendencia. En un medio extremadamente competitivo cualquier ventaja tiene consecuencias importantes en la especie. La evolución biológica es un mecanismo de estructuración de la materia viva que es acumulativo, traspasando los cambios de una generación a las generaciones futuras.Pero también es un mecanismo sumamente conservador y direccional, lo que impide que la materia se pueda estructurar en cualquier forma imaginable. Consiste en pequeñas mutaciones genéticas en los individuos que se generan al azar y en forma aleatoria y que prevalecen en la especie por ser neutros o se propagan en ella por ser genéticamente favorables. Una mutación favorable puede generar profundos cambios en el fondo genético de la especie. Los que son inviables y/o desfavorables desaparecen. Un carácter neutro puede tornarse favorable si el medio cambia o se produce una mutación complementaria. En el curso de generaciones, las mutaciones favorables se van acumulando y la especie se va transformando y hasta se torna en una especie diferente. La selección natural opera como un sistema de control de calidad. Los caracteres o aptitudes que resultan ser los más favorables frente a los embates del medio y la conquista y explotación de un nicho ecológico tienden a prevalecer, de modo que una especie se prolonga a través de los individuos más aptos. La muerte de todo organismo biológico es consecuencia de la evolución: la selección natural busca individuos prolíficos y un individuo incapaz de procrear por ser viejo resulta ser un competidor para los otros individuos de la especie; además la selección natural sucede cuando el individuo es prolífico y lamentablemente no cubre la vejez para hacerla más ventajosa. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad de la evolución biológica es el ser humano, el homo sapiens del orden mamífero de los primates.
El mundo aparece naturalmente a nuestros sapientes congéneres
como caótico y desordenado, existiendo allí nacimiento, gozo, regeneración y
también muerte, sufrimiento y destrucción. Antiguamente, los seres humanos se
esforzaron en dar explicaciones para dar cuenta de esta aparentemente
arbitraria situación y que resultaron ser mayormente míticas. Ahora, por medio
de la ciencia moderna, podemos entender objetivamente este mundo, su evolución
y desarrollo, pero del modo muy parcial que responde a cómo son las cosas, pero
no a qué son y menos a por qué son. El dominio de la ciencia comprende las
relaciones de causa-efecto que producen el cambio en la naturaleza; éstas están
determinadas según las leyes naturales, siendo válidas para todo el universo.
Todo lo que sabemos con mayor, menor o total certeza son las hipótesis
científicas verificadas a través de la demostración empírica y la observación;
éstas culminan en la definición de las leyes naturales que rigen la causalidad
del universo. Sin embargo, el conocimiento del universo cubre apenas una parte
de la realidad. El problema es que nos es imposible conocer la mayor parte de
la realidad en nuestra limitada existencia temporal, por lo que ésta sigue
siendo un misterio para nosotros.
En el ser humano la estructuración evolutiva ha seguido dos
caminos diversos, el social y el biológico-psicológico del individuo. Referente
al primero, la tropa de primates evolucionó hacia la tribu de homo sapiens, en una escala superior. La adquirida habilidad
comunicacional centrada en el lenguaje, que estructura el pensamiento
colectivo, y la habilidad intelectual en el desarrollo de técnicas para
apropiarse del medio generaron la cultura. La organización tribal, que asentó
en el genoma sus características durante una larga existencia, se desarrolló para
la defensa, el bienestar y la explotación de los recursos económicos según las
ambivalencias humanas individuo/sociedad e inmanencia/transcendencia. El
individuo es naturalmente egoísta para satisfacer sus instintos de
supervivencia y reproducción, pero al mismo tiempo necesita cooperar y ser
solidario para lograr este mismo objetivo. Asimismo, el individuo es por una
parte indigente, requiriendo la asistencia de los demás, y es por la otra
providente, pudiendo asistir a los demás. Todo individuo tiene necesidad de
pertenecer a un grupo y ser reconocido, pero por este mismo hecho él excluye a
individuos de otros grupos, llegando a considerarlos como adversarios y hasta
enemigos. Todo individuo requiere que sus necesidades vitales a vivir, a ser
libre, a ser protegido, a poseer los medios para cumplir estos requerimientos
le sean reconocidos como derechos humanos o naturales por la sociedad para que
sean efectivos, por lo que él, más que sujeto de derechos, es en realidad
objeto de los mismos. El ideal de justicia y equidad es reconocer
proporcionalmente que los individuos, cuyo origen es ínfimo y precario, tienen
objetivos propios que trascienden los objetivos de la sociedad, de ahí el
imperativo de resguardar los derechos humanos. También todo individuo reconoce
liderazgos, aunque éstos muchas veces tienden a transformarse pronta y
psicológicamente en déspotas y abusadores del poder; el liderazgo de una
sociedad suele ser utilizado para intimidar, engañar, expoliar, explotar,
destruir, guerrear y matar. La república busca entrabar el poder arbitrario,
pero fácilmente ella se corrompe; la democracia legitima la república, pero el
poder que genera, que es para procurar, no el bien particular, sino que el bien
común, es fácilmente cooptado por intereses económicos espurios. Un
individuo es bombardeado constantemente por la publicidad comercial que
presenta un modelo artificial del deber ser y su andar trastabilla; su criterio
es manipulado por los intereses de la plutocracia: progresismo y crecimiento
económico, felicidad en el consumo, orden social en la propiedad privada,
disciplina laboral, intranscendencia en el pasatiempo, promoción económica en
la educación.
En este proceso, surgió la propiedad y su apropiación por otros
medios que el trabajo, lo que resultaron ser las mayores causas de los
conflictos sociales, políticos y económicos. Considerando que la riqueza es
escasa en relación a su demanda, pudiendo satisfacer alternativamente las
necesidades de muchos consumidores, su apropiación o distribución debería
regirse por la justicia y la equidad. Sin embargo, en una desigual relación la
propiedad tiende a concentrarse en pocos en detrimento del trabajo, ya que en
el libre mercado éste es siempre ofertado y aquél es siempre demandado.
Adicionalmente, el capital se ha hecho especulativo y usurero, perdiendo su
función natural de ser uno de los factores de la producción. En nuestra época
la acumulación privada del capital es causa de insolubles problemas; la abusiva
apropiación de riqueza y su enorme concentración y poder pondrán término
irremisiblemente a nuestra civilización capitalista. La propiedad privada del
capital no es un derecho natural e inalienable, como desde John Locke
(1632-1704) el liberalismo económico nos ha hecho creer. Su origen ha sido corrientemente
la violencia del poder arbitrario y la expoliación; su acumulación ha sido
efecto de la codicia y el egoísmo. La propiedad acumulativa y privada del
capital es la causa de las peores perversiones que la humanidad debe sufrir,
distorsionando los valores humanos y el sentido de la vida y constituyéndose en
el más injusto privilegio.
Respecto a la evolución biológica-psicológica, los seres humanos
somos animales desde el momento de nuestra concepción, cuando se unen dos
células progenitoras o gametos para originar el embrión. Posteriormente, las
etapas del desarrollo embrionario de un ser humano individual reproduce, en el
mismo orden, el desarrollo evolutivo de sus antepasados remotos desde la misma
unidad celular, pasando por organismo pluricelular, pez, anfibio, reptil y
mamífero. Después, su desarrollo es fetal, hasta que nace. Los seres humanos se
caracterizan del resto de los animales por el mayor tamaño y funcionalidad del
cerebro. Tanto animales como vegetales somos sistemas biológicos definidos por
nuestro genoma que se remonta a un único ser progenitor, que fue una primitiva célula;
los animales nos distinguimos del resto de los organismos por nuestros
instintos; los seres humanos nos distinguimos del resto de los animales por
nuestra razón. Todos los organismos biológicos somos sistemas abiertos que
dependemos constantemente de nueva energía; los vegetales se asientan en
lugares ricos de nutrientes que van absorbiendo: nitrógeno, agua, carbono,
minerales; nosotros animales, debemos buscarlos activamente, ya sea como
consumidores primarios o como consumidores secundarios.
Tres son las instancias por las que los animales nos
relacionamos con el medio; cognitiva: a través de los sentidos de percepción,
el animal obtiene una imagen de la realidad respecto a amenazas, alimentos y
cobijo que permiten su supervivencia; afectiva: su emotividad reacciona al tipo
de acción externa mediante deseos o impulsos de acercamiento, huida o
neutralidad; efectiva: determina su reacción instintiva más apropiada y actúa.
Su memoria es un complemento fundamental a dichas instancias para registrar en
su mente los tres momentos y presentarlos oportunamente como experiencia en
esta suerte de aprendizaje de prueba y error por el cual le confiere un
comportamiento más autónomo que el puro instinto. Las cuatro instancias
(cognitiva, afectiva, efectiva y memoria) se unifican en la conciencia. La
conciencia es la capacidad que posee un sujeto para adquirir la representación
de un objeto e interactuar con éste. En la medida que la escala aumenta, estas
instancias se complejizan relacionando estas representaciones según caracteres
comunes.
La conciencia más simple de todas es la conciencia de lo otro,
que es acerca de las cosas que nos rodean. Este tipo de conciencia, que
poseemos todos los animales con sistema nervioso central, proviene de la
capacidad natural de reconocer en mayor o menor grado objetos que a nosotros
pueden afectarnos o que pueden ser afectados por nuestras acciones. La acción
que surge de la información provista por este tipo de conciencia está
condicionada por los instintos de supervivencia y reproducción, que son
funcionales a la prolongación de la especie. La intensidad de esta conciencia
varía desde el simple reconocimiento de luminosidad o temperatura hasta la
comprensión de las fórmulas químicas más complejas. En la misma escala, tenemos
emociones, es decir, adquirimos estados afectivos de agrado o desagrado, de
bienestar o sufrimiento, de atracción o repulsión, de euforia o ansiedad, de
seguridad o temor, de tranquilidad o desasosiego, buscando el primer término y
rehuyendo del segundo. El principio de dichos estados es la sensación de placer
o dolor, o una mezcla de ambos. La satisfacción de los apetitos y de las
carencias que posibilitan la supervivencia y la reproducción produce placer. En
cambio, los apetitos no satisfechos y la integridad dañada son dolorosos. La
acción efectiva en esta escala es instintiva, siendo impulsada por nuestra
supervivencia.
La estructuración de la conciencia de sí, que poseemos sólo los
seres humanos y que es el de pensar, sentir y actuar, fue una ventaja adaptativa
significativa, pues fortaleció nuestra autonomía y atenuó el determinismo del
instinto, lo que nos capacitó para adaptarnos con mayor facilidad frente a las
vicisitudes del medio. El individuo humano se ve a sí mismo como un sujeto de
una acción intencionada y por tanto reflexionada según su pensamiento racional
y abstracto. Indudablemente, dicho salto evolutivo del sistema nervioso central
demandó la mayor estructuración y complejidad conocida de la materia.
El ser humano tiene la realidad cognoscible como su medio de
existencia consciente y ésta no está tan solo llena de objetos que lo pueden
alimentar, cobijar o cazar, que es la realidad significativa para un animal. La
realidad que él conoce es la sensible y, por lo tanto, pertenece a la realidad material
del universo. Él es capaz de generar estructuras psíquicas, que son
representaciones de objetos de esta realidad, en forma de percepciones e
imágenes a partir de la materialidad biológica y electro-química del sistema
nervioso central y de las sensaciones que proveen los sentidos de percepción.
De las sensaciones como unidades discretas él genera percepciones en una escala
superior; de las percepciones como unidades discretas él genera imágenes en una
escala aún superior. Pero a diferencia de todo animal su más evolucionado
cerebro tiene capacidades cognoscitivas distintivas. Para ello se ayuda del
sistema del lenguaje que emplea primariamente para comunicarse simbólicamente
con otros seres humanos y también para acumular información y desarrollar aprendizaje
y cultura.
Primero el cerebro del ser humano tiene la capacidad para
estructurar relaciones lógicas del modo si A es B y todo B es C, entonces A es
C. Ciertamente, la tecnología cibernética ha conseguido la estructuración
lógica-matemática de manera artificial a velocidades extraordinariamente
superiores y sin error alguno. En segundo término, el ser humano tiene
capacidad de pensamiento abstracto, pudiendo a partir de imágenes como
unidades discretas estructurar en su mente en una escala superior todo un mundo
conceptual o ideas que buscan representar el mundo real que experimenta y
comprender el significado de las cosas y de sí mismo, incluso más allá de
cualquier condicionamiento cultural. La tecnología de la inteligencia
artificial aún no incursiona en este ámbito. En esta escala el ser humano
estructura las relaciones ontológicas, que son relaciones de ideas de cosas por
lo que tienen en común, y en una escala superior él puede estructurar hasta
relaciones metafísicas, que son relaciones de ideas de ideas verdaderas por lo
que tienen en común. En tercer lugar él también puede comprender las relaciones
causales naturales cuando las ontologiza, es decir, cuando relaciona relaciones
naturales de causa-efecto en ideas universales y advierte una ley natural.
En la escala de la conciencia de sí la felicidad y la tristeza
son la estructuración fundamental afectiva y proviene de la dicotomía
placer/dolor propio de la escala más primitiva de la conciencia de lo otro. De
este sentimiento derivan secundariamente, en la misma escala, una serie de
estados de ánimo de gran complejidad. Consideremos los siguientes entre otros
muchos: amor/odio, confianza/angustia, valentía/cobardía, esperanza/desesperanza,
optimismo/pesimismo, perdón/venganza, desprendimiento/codicia,
euforia/pesadumbre, arrojo/temeridad, amistad/rencor, sonrisa/congoja. También
la conciencia de sí estructura reacciones mixtas de sentimientos de una escala
de complejidad mayor: arrogancia, melancolía, desazón, amargura, admiración,
arrepentimiento, vergüenza. Por último se producen actitudes de comportamiento
con fuertes elementos sentimentales, como el orgullo, la soberbia, la envidia,
la avaricia, la codicia y tantas más. Estas actitudes pueden ser dominadas por
un sujeto con un propósito transcendente.
La vida es energía que se consume en el esfuerzo para sobrevivir
y reproducirse; la vida humana es energía que se consume además tras un
propósito trascendente (tránsito en el mismo nivel), incluso
transcendente (tránsito a otro nivel), que su razón ha estructurado como
posibilidad o proyecto, incluso como necesidad. Los sentimientos producen la
motivación afectiva para actuar. En la escala de la conciencia de sí la acción
humana no es únicamente una reacción autónoma que surge instintivamente ante
algún estímulo. A diferencia de la acción instintiva, la acción humana es
intencional y responsable. La forma de pensamiento racional (o lógica) y
abstracta (o conceptual) faculta al ser humano para deliberar antes de actuar.
Así, la efectividad humana se caracteriza porque es volitiva. Ella es una
acción por la cual la persona auto-determina racionalmente sus opciones o
alternativas. A través de la reflexión esta actividad intelectual le permite
tener conciencia de sí mismo como sujeto de la acción, sabiendo en consecuencia
que ésta puede no sólo afectar tanto a un objeto como a sí mismo, sino que
también saber el modo que su acción puede afectar al objeto y a sí mismo. Antes
de actuar, el ser humano razona, delibera, pondera, planifica, cavila, reflexiona
e imagina como proyecto de futuro en términos de una determinación de las
múltiples posibilidades. No sólo puede imaginar el curso de la acción, él puede
tener además una concepción abstracta del “deber ser” y puede prever hasta qué
punto el efecto de su acción será compatible con dicha concepción. Es mucho más
que una respuesta a los simples anhelos de supervivencia y reproducción, pues
se desenvuelve dentro de un contexto moral subjetivo y también cultural social.
En síntesis, la acción humana es intencional porque la persona se sabe sujeto
de una acción a la cual ha dado un propósito que ha deliberado; la intención
tiene un propósito razonado que por su propia voluntad la persona puede
alcanzar. Por lo tanto, de todos los demás seres del universo únicamente el ser
humano es capaz de liberarse del condicionamiento natural, determinista,
afectivo y hasta ritual cuando ejecuta una acción intencional.
Lo que caracteriza la acción intencional es la libertad. Ésta es
la capacidad personal para la autodeterminación. Ella no se refiere a una
emancipación de condicionamientos materiales, morales, intelectuales o
espirituales, tampoco la define solo la posibilidad de elección, según exige el
libre mercado, potestad que tienen también los animales. La libertad es acción
en las tres instancias de la conciencia. En lo intelectual la libertad se
ejerce para buscar la verdad, superar la ignorancia y, sobre todo, los
prejuicios y obtener, no tanto información y conocimiento, sino sabiduría. En
lo afectivo la libertad se ejerce para ser feliz al superar el miedo, la
angustia y el sufrimiento. En el plano de la efectividad, que es propiamente el
de la acción intencional, la libertad se ejerce desde la perspectiva moral, no
tanto para buscar el bien y evitar el mal, que no son fuerzas o estados
objetivos, sino para superar el odio y conseguir amar. La libertad demanda
responsabilidad y puede por tanto ser enjuiciada. La acción intencional tiene
tres momentos para ser enjuiciada: antes de la acción puede ser enjuiciada por la norma moral, que es transcendente y merece el juicio
divino; la ejecución de la acción puede ser enjuiciada por la norma jurídica, suponiendo la existencia de una intención; por último, el efecto social-cultural de la acción puede ser enjuiciada por la norma ética de la
sociedad. La libertad es
fundamental en la relación personal con Dios. El accionar de la libertad que
permite la conciencia de sí conduce al desarrollo de la conciencia profunda,
que es el máximo estado en la existencia humana en su etapa corporal o
terrenal, siendo entonces la libertad una bisagra entre ambos tipos de
conciencia.
La recién mencionada conciencia profunda, que también podemos
identificarla con lo que se entiende por lo espiritual, está en una escala de
conciencia aún mayor. En esta escala se puede advertir que el espíritu se mueve
en un ámbito que transciende el instinto de supervivencia, pues intuye que la
muerte no acaba con su existencia, solo acaba con su cuerpo. Cuando el ser
humano reflexiona sobre el por qué de sí mismo, llegando a la convicción de su
propia y radical singularidad, su multifuncionalidad psíquica es unificada por
y en su conciencia, o yo mismo, pero no de modo mecánico, sino transcendente y
moral. La transcendencia es el paso desde las energías cuantificada y
condensada, propias de la materia y que se estructuran a sí mismas, hasta la
energía desmaterializada o psíquica que la persona estructura por sí misma. La
material psiquis de un sujeto humano transforma la energía
cuantificada-condensada en energía psíquica (sin recurrir a la supuesta
glándula pineal cartesiana) por mera reflexión en esta escala y la contiene.
Para admitir lo anterior, se debe aceptar que la energía es naturalmente
anterior y mayor que la materia, que la energía posee distintos modos de
existir y estar contenida (primigenia, cuantificada, condensada, potencial,
cinética, psíquica), que la energía psíquica es irreversible y no retorna a un
modo anterior, que es independiente del tiempo y el espacio, que no tiene
efecto directo sobre la materia. Primero, estos elementos de energía
cuantificada-condensada se estructuran naturalmente en las neuronas asociativas
y de memoria de un sujeto vía los propios mecanismos electro-químicos del
cerebro. Segundo, dicho paso, no es tan solo un proceso o un mecanismo, sino
también es, en el mismo acto, un cuño que impone la intención en la conciencia.
Tercero, el cuño produce una réplica o reflejo desmaterializado de una “unidad”
de energía, sin otros efectos materiales. Cuarto, la réplica es sumada a la
mismidad del sujeto o de la conciencia profunda del sujeto y es contenida allí.
Si el individuo se estructura a partir de partes materiales que anteriormente
pertenecieron a otros individuos y pertenecerán en el futuro a nuevos
individuos, la persona se estructura a partir de “unidades” de energía que son
reflejadas, replicadas, duplicadas o psicologizadas, que son las instancias
propias de la conciencia ̶ las ideas, los sentimientos y las acciones
intencionales ̶ que él estructura o construye en el curso de su vida y
que permanecerán en lo sucesivo estructuradas en su mismidad mientras exista,
es decir, transcendiendo su muerte biológica hasta llegar a la eternidad.
Si la conciencia de sí puede llegar a advertir que el yo es
único y que su existencia transcurre en una realidad objetiva que su intelecto
la representa como verdadera, la conciencia profunda transciende esta
materialidad y viene a ser la estructuración de la energía psíquica como
producto del intencionar, forjando indeleblemente en sí mismo la actividad
cerebral de un modo desmaterializado. Estos contenidos se reflejan en la
conciencia profunda como contenidos de solo energía psíquica, sin base
neuronal, y, por tanto, inviolables a la muerte. Como ejemplo de la
espiritualidad de la conciencia profunda y las tres instancias de nuestra
relación con la realidad, su conocimiento se basa en la verdad, la realidad, la
apertura, la comprensión, la coherencia, la consistencia; su afectividad siente
coraje, humildad, fortaleza, valentía, resistencia, alegría, templanza,
sencillez, felicidad y su efectividad genera voluntad, libertad, generosidad,
entrega, acogida, abnegación, solidaridad, amor.
Reiterando, el punto de partida de este tránsito a lo inmaterial
es la acción intencional, que depende de la razón y los sentimientos, que se
identifica con el ejercicio de la libertad y con la autodeterminación, que se
relaciona al otro a través del amor o el odio, en fin, que caracteriza al ser
humano y lo diferencia radicalmente de los animales. La conciencia profunda
reconoce (subjetivamente) que la realidad (objetiva), no es solo material, sino
que también es transcendente, y la puede conocer con otros “ojos” que ven la
experiencia sensible, los cuales podrían abrirse completamente solo tras la
muerte fisiológica. El alma no preexiste en un mundo de las Ideas, al estilo de
Platón, para unirse al cuerpo en el momento de la concepción, sino que se forja
en el curso de la vida intencional. El temple lo proporciona cada persona. Esta
metempsicosis transforma lo inmanente de la cambiante materia en lo
transcendente de la energía inmaterial, psíquica. La estructuración de una
mismidad singular como reflejo de la actividad psíquica de su particular
deliberación es el máximo logro de la evolución que, a partir de materia y
energía cuántica-condensada, produce energía psíquica estructurada. La acción
intencional de donación y entrega es recíproca en el sentido de que mientras se
da, se amerita al mismo tiempo la salvación celestial del alma, siendo que las
principales virtudes humanas se referencian al prójimo: la justicia, que es dar
al otro lo que le corresponde, y el amor, que es dar al otro lo que necesita.
Frente a la pregunta, “¿por qué Dios permite el sufrimiento y la
muerte?, la respuesta impide acusarlo de injusticia. En el devenir de un ser
humano la etapa de su existencia que comienza en su misma concepción y
termina en la muerte es una etapa biológica, en la que él sufre necesariamente
placer y dolor. En cambio, la existencia humana se desarrolla en distintas
etapas de conciencia hasta conducir a la misma eternidad, como la metamorfosis
que culmina en una bella mariposa. Una de estas etapas, la de la conciencia de
sí, el dolor, que es parte del mecanismo instintivo de supervivencia, se
transforma en sufrimiento; nuestra cultura tiene una distorsión al suponer que
el propósito de la vida biológica es, por el contrario, la felicidad, en
circunstancias de que el verdadero designio de la vida humana es prepararnos
moral e intelectualmente para responder libremente a la invitación de Dios a
integrar su Reino, donde la felicidad será plena. La realización personal tiene
por destino, no esta vida como supuso el psicoanalista Alfred Adler, quien
propició la autorrealización aquí y ahora, sino la existencia después de la
muerte. Así, el ser humano puede definirse, más que como animal racional, según
creyó Aristóteles, como un ‘animal transcendente’ que transita de lo animal a
lo humano y a la energía personal del espíritu, de lo inmanente a lo
transcendente. Desde esta perspectiva el sentido de la vida es doble: vivir
plena y conscientemente la vida, estando consciente de la vida eterna y sus
demandas, y en que debe predominar la conciencia profunda sobre las otras
escalas de conciencia. Naturalmente, todas las anteriores explicaciones son
especulativas y no se asientan ciertamente en conocimiento científico o
empírico alguno, pues están fuera del ámbito de lo material, dentro del cual
solo conocemos lo sensible, pero está en sintonía con los sucesos místico y
parapsicológico reconocidos y surge de superar el dualismo del ser metafísico
por la energía, que incluye tanto lo material como lo inmaterial.
Cuando la muerte, propia de todo organismo biológico, desintegra
la estructura del individuo, subsiste la persona, que es propiamente la
estructura del yo mismo puramente de energías psíquicas y diferenciadas que se
han unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la
destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo,
inmortal, con su cuerpo de materia estructurada que la contenía,
manifiestamente incapaz ahora de vivir. El espíritu no muere, el cuerpo no
resucita. Considerando que ya no resulta necesario satisfacer los instintos
biológicos de supervivencia y reproducción, como tampoco estar sujeto a ningún
otro instinto, en su nuevo estado de existencia, el yo personal se libera del
consumo de energía de un medio material y, por tanto, de la entropía, lo que
significa también que su acción ya no puede tener efectos sobre la materia.
Asimismo, desaparecen nuestros atesorados conocimientos y experiencias de la
realidad del universo material que percibimos a través de nuestros sentidos
animales como también nuestra forma de pensamiento racional y abstracto y
memoria basados en el cerebro biológico.
Surgiría una forma
nueva, inmaterial, transcendente, de pura energía psíquica, pero implícita en
la conciencia profunda, incomparablemente más maravillosa para conocer y
relacionarnos correspondientemente con a esa insondable y misteriosa realidad
que se nos presentaría en “la otra dimensión”, todavía imposible de conocer en
nuestra vida terrena. Pero la persona, ahora reducida a lo esencial de su ser,
necesitaría y buscaría afanosamente un contenedor de su propia y estructurada
energía psíquica para poder manifestarse y expresarse en forma plena. La
esperanza es que quien en su vida ha reconocido de alguna manera a Dios, ha
buscado la verdad y ha sido justo y bondadoso según, por ejemplo, la enseñanza
evangélica, cuando muere estará finalmente en condiciones de acceder al Reino
de misericordia y bondad y con una
existencia colmada de sabiduría, felicidad y amor, que Jesús conoció (¿a través del fenómeno “experiencia fuera del
cuerpo”?) y enseñó. De ahí que su condición en la “otra vida” sea un asunto de
opción moral personal durante su vida terrena. Al no estar inmerso en la
materialidad, ya no se interpone el tiempo ni el espacio que lo mantienen
separado de Dios. Así, la energía liberada originalmente por Dios retorna a Él
estructurada en el amor.